Detrás de los vestidos, las joyas, los zapatos y los accesorios, hay un proceso que pasa por las manos, el corazón y la cabeza. Un cuento completo.
Ir de compras no tiene mucha ciencia. Salvo caer derretido por algún vestido, abrir la billetera, pagar, irse con un montón de bolsa, una sonrisa y esperar el día elegido para salir a la calle.
Y, sin embrago, detrás del vestido, de los zapatos divinos del almacén de la esquina y de del collar aquel que ojalá le regalara el novio, hay todo un proceso al estilo de los cuentos de hadas y, a veces hasta de batalla heroica.
El vestido se cuelga en el clóset, sin saber, que para hacerlo posible, tiene todo una historia, y hasta larga y emocionante. Casi como una receta con ingredientes y preparación.
No en vano se ríe Patricia Mejía, diseñadora y dueña de Binario: “los únicos que van al cielos son los zapateros”.
Para empezar, se necesita pasión. Una para ver hasta en la comida o en el árbol del jardín, inspiración, que luego será convertida en idea y en rayas y en boceto y en patrón y en tela y en hilos y la lista sigue, hasta ser falda o blusa.
“Cualquier cosa es posible. No hay una imagen o un tema en especial. Los mismos materiales a veces te dan la pauta”, cuenta la diseñadora María Paulina Arango, quien creó una marca de ropa y accesorios que lleva su nombre.
Diseñar implica ir a los libros, investigar sobre el tema, buscar, mirar revistas, escoger materiales, hacer mezclas, “jugar” con los colores, borrar, volver a empezar, decir que sí o que no, y hasta no dormir.
Y sea diseñador de zapatos, de ropa, de bolsos o de joyas, que cada uno tiene su estilo y su forma de trabajar, también necesitan entender todo el proceso que sigue una prenda para poder hacer cambios y lograr que esa idea se materialice en un anillo, por ejemplo.
El proceso es para ver despacio. De unas pepas pequeñas, que legan sin brillo, y por eso se ven blancas, se hacen todas unas joyas con detalles minuciosos. Parece cosa de magos y de paciencia. Fundir, laminar, hacer hilos, esperar, brillar, pulir, dar forma y así sucesivamente y en desorden. El resultado, la areta que brilla, que está hecha de enredos de hilos de plata, que ahora sí, brilla de lo lindo.
Todo lo anterior hablando en términos artesanales y manuales. Esos que le ponen a cada prenda, un pedacito de alma del que se los ingenió y soñó.
Detrás de lo que nos ponemos, hay toda una historia, que puede empezar por el Había una vez…
Fuente: El Colombiano
Periodista: Mónica Quintero Restrepo